1/12/06

El glamour y las ideologías

El miércoles fue un día extraordinario. Absurdo. Ahogado de anomalía.

Esa mañana el despertador tendría que haber sonado a las 8, pero vaya a saber por qué razón la alarma tronó una hora y media después. No estaba tan mal, después de todo, levantarse a esas horas... mi idilio con la polilla y una honda sensación de culpa habían logrado extenuarme por completo; se imponía dormir bien.

Estaba en la casa del Lobo Bueno, que vive en un edificio construido muy probablemente durante la Década Infame. Algunos dicen que en las noches se escuchan los aullidos del General Justo y toda su tropa, pero yo siempre he llegado demasiado cansado o demasiado borracho como para dedicarle mi atención al fantasma de un militar golpista.

A las diez de la mañana estábamos esperando el 41 sobre Pueyrredón para ir hasta la facultad de Psicología, donde estudia el Lobo Bueno. Íbamos de buen humor, entusiasmados con las actividades que habíamos planificado para la jornada. Mi compañero había logrado convencerme de acompañarlo recurriendo a una estrategia eficaz, basada en los resultados de una minuciosa estadística demográfica: “En psicología, nueve de cada diez estudiantes son minas. Y ocho de cada nueve están buenas”. Recién cuando llegamos me daría cuenta que tanto su promesa como su cálculo eran completamente falaces.

Luego de una breve estadía en el edificio y de un posterior recorrido por la sede Independencia de la misma facultad, ubicada a siete cuadras de allí, hicimos un alto y fuimos a comer al hospital Ramos Mejía. Cuando el Lobo Bueno me dijo que el nosocomio era un buen lugar para ir a almorzar, yo guardé silencio y le seguí la corriente. Entramos. De repente nos topamos con un buffet muy bien puesto, colmado de chaquetillas blancas, celestes y azules. Médicos residentes. Todos jóvenes. Algunas médicas estaban buenas. Algunas estaban muy-muy buenas. Le dije al Lobo que las estudiantes de medicina y las médicas me atraían de una manera muy especial. Él me dijo que sería un garrón estar con una: “Te estarían auscultando todo el día”, sentenció.

Terminamos el almuerzo y nos dirigimos, vía subte línea E, a la calle Puán, donde queda el mausoleo de Filosofía y Letras. Revisé ficheros interminables. Ficha por ficha. Ni una sola computadora. Fantaseaba con la idea de que alguna de esas fichas había sido tocadas por Beatriz Sarlo o Chacho Álvarez, que como todos saben (y aunque no lo parezca) es licenciado en historia, además de ser un cagón.

Salimos de ahí como a las cuatro de la tarde. El sol estaba insoportable. Mientras sacaba fotocopias alguien gritó ni nombre desde lejos. Era Anna, la finlandesa. “Me vuelvo mañana”. A Helsinki, claro está. “Nos juntamos esta noche en un restaurant. Te anoto la dirección”. Le alcancé un volante y le señalé el reverso, donde puso los datos. El volante anunciaba un homenaje por el 150° aniversario del nacimiento de Freud. Había una foto del célebre psicoanalista sobre un fondo negro. Un cono de luz le iluminaba la cara. “Pepito Cibrián presenta: Freud: el musical”, bromearíamos después con el Lobo Bueno.

Desde allí nos dirigimos al Centro de Investigación de la Cultura de Izquierda, un lugar curioso, más que interesante, donde el Lobo Bueno quería averiguar no sé qué cosa sobre Vigotski y el Partido Comunista Argentino. Fuimos caminando por una avenida Rivadavia repleta de gente, vidrieras y mugre. Cuando llegamos, el pibe que nos atendió nos pregunta qué estamos buscando específicamente. “Si, mirá”, contesta el Lobo Bueno, “estoy buscando documentos sobre la recepción de la psicología soviética en la Argentina”. El flaco lo miró raro e hizo un gesto de desconcierto; debe haber pensado que éramos unos trotskistas en medio de un viaje de anfetas. Cuando me pregunta a mí, yo le contesto que “soy estudiante de ingeniera civil y estoy interesado en conocer cuáles eran las medidas del paredón que utilizaba Stalin para fusilar a los disidentes”. No me creyó, con justa razón.


La cuestión fue que salimos del lugar y decidimos trasladarnos hasta el siempre reluciente Centro Cultural Borges, ubicado en Viamonte esquina San Martín, empotrado en la fastuosidad precio dólar de las Galerías Pacífico. Se supone que íbamos a intentar entrar sin pagar a una muestra fotográfica. Y digo “íbamos a intentar” porque mientras buscábamos la sala de la exposición, vimos que en el salón contiguo había algo extraño: gente, cámaras, mozas, un cartel de “Latitud 33°” en la puerta. Yo lo miré al Lobo Bueno y le digo: “Vamos acá”.

Apenas ponemos un pie en el lugar vemos a Gastón Pauls. Después vemos a su hermano Nicolás. Cámaras. Periodistas. Glamour. Pelotudeo. Advertimos que al final del salón había un stand con vino, adonde nos dirigimos rápidamente antes de preguntarnos de qué se trataba todo, antes de que se supiera que éramos unos infiltrados y nos echaran a patadas. Ya con sendas copas de vino tinto “Latitud 33°” en la mano, decidimos enterarnos de qué iba todo ese asunto: era la presentación de “Hacer visible”, una iniciativa del programa de Pauls Humanos en el camino que busca, según constaba en los carteles informativos que ninguna de las chicas con zapatos raros leía, “poner en contacto a personas que colaboren con aquellas que lo necesitan”. Los muchachos se encargan de enfatizar que la iniciativa es “un modelo de solidaridad y compromiso social”, instando a “tomar conciencia de que todos somos responsables de la pobreza, la injusticia y la desigualdad de oportunidades”.

Mientras leíamos atentamente y apurábamos las copas de tinto, un muchacho con camisa floreada y sombrero se paseaba cerca nuestro sin saber mucho que hacer. Más allá, Gastón Pauls era acosado por la notera de Mañanas informales, una gorda gritona que quería robarse el protagonismo de la escenita mediática que se estaba montando en un ala del salón. Por todos lados había grupitos de hombres y mujeres, mediana edad, ropa cara, riéndose a medias para que la carcajada no les torciera la pose. El mejor de todos era un viejo freak de gafas anaranjadas: le hablaba a todos pero nadie le daba pelota. Tenía una bolsa de plástico en la mano. Yo lo miraba con insistencia animándolo a que se nos acerque a charlar. No tuve éxito: prefirió irse al fondo a buscar más vino.

En otro momento divisamos a Pacho O´Donell (¿?), que admiraba entusiasmado las frases inscriptas en los muros de la sala. Paseaba con un bastón, acompañado por una chica más joven que –supusimos con el Lobo Bueno- debía ser su nieta. De repente se acerca un fotógrafo y le dice algo, entonces Pacho hace pose y mira la foto, se lleva una mano al rostro, inclina el bastón con destreza, y en menos de diez segundos termina de convertirse en el Gran Oligarca, patrón de estancia, funcionario menemista, raro biógrafo del Che. Me dan ganas de agarrarlo de los cachetes como si fuera un perro labrador.

Mientras yo miro a Pacho, el Lobo Bueno no puede sacarle los ojos a una moza con pelo ponytail. “Me gustan las petisas”, me confiesa, y ésta de veras que es un pony con las crines de color castaño. Nos ofrece empanadas, que aceptamos sin vacilar para acompañar las nuevas copas de vino que acabamos de pedir. La gente se sigue riendo a medias. Hay muchas camisas raras y olor a perfume. Gastón Pauls no para de hablar. El Lobo Bueno se enoja y me dice: “A mi no me cagan: se viene a hacer los progres y hacen asistencialismo en el Borges”. “Asistencialismo en el Borges”, pienso yo. “Responsabilidad social de la pequeña burguesía”. Casi como una respuesta a nuestros comentarios, yéndonos del lugar vemos un cartel que no habíamos visto: “¿Sirven este tipo de acciones?”, se pregunta. “¿Profundizan o banalizan”. Enseguida se contesta: “Esta muestra intenta documentar sin estetizar”. Con el Lobo nos miramos y, al salir, el chico de sombrero look-tapa-de-revista mira imágenes del programa sobre la Guerra de Malvinas.

Lo que pasará al final del día será intenso y fugaz: cena con la finlandesa y sus amigos en un restaurant ruso. Las banderas de Lenin cubren el lugar. Hablamos con la moza, una siberiana que vino al país hace seis años desde Kiev. Un contingente sale afuera a fumar. Al regresar hay vasos repletos de vodka. Me tomo tres de esos. Ya estoy ardiente. Hablo con todo el mundo. Hasta con un armenio, que me muestra un carnet de portación de armas y además me explica que es cristiano gregoriano. Hay finlandesas por todos lados. Adentro está el Lobo Bueno hablando con una colombiana, estudiante de antropología. Se entienden bien, se ríen. Yo afuera fumo otro cigarrillo, pienso en Lenin y Gastón Pauls a la misma vez. Debe ser el vodka, imagino. Pero más probablemente fue culpa del miércoles. Día plagado de anomalías.

7 %:

Anónimo dijo...

Increible. No tengo tiempo para extenderme, es la derecha facista y reaccionaria que me oprime. Simplemnte muy bueno lo de la ingeniería civil. Muy bueno todo.

Anónimo dijo...

chimango: simplemente me deja sin palabras. Me llena de orgullo saber que conozco a alguien que tiene la habilidad de poder transmitir experiencias, de tal manera, que lo hagan a uno sentirse como un expectador omnipresente de su miércoles anómalo.
Ah, me olvidaba, el paredón no era necesario. Muchas veces los agarraba mientras dormían..o...como lo hizo Ramón, sin siquiera malgastar una bala.

Anónimo dijo...

me quedo con :" como me calientan las petizas"
Sos un grande

Anónimo dijo...

Habla el co-protagonista:
En efecto fue un día excepcional, medio premeditado, medio de la galera, y la narrativa de A.J. no podía ser mejor. Curiosamente resumió lo mas divertido del final, seguro por que estaba cansado de tipear. Dejó cosas afura como la imputación de histéricos que nos hizo un armenio con toda razón (lo cual me lleva a la pregunta ¿Cómo chamuyan en el medio oriente y en Europa Oriental?), el descubrimiento de una finlandesa que estaba mas ubicada y conocía mas bares que nosotros, además de tener la discografía completa de Kapanga y los Autenticos Decadentes. Todo esto en el restaurante ruso con menú bilingue y luego en la bohemia Casona de Humahuca. Vale decir que en todas las locaciones que estuvimos de las 17:00 en adelante escabiamos sin poner un peso, vino, birra, vodka, y yo con 15$ para tres dias y Alfredo con 40$ para toda la semana. Debo mencionar que la srta. con la que hablaba animadamente esa noche era una colombianita menudita, con la cual logre finalmente establecer el contacto, y la promesa de mas.
En términos ñoños, vale mencionar que encontré y compré un libro agotado sobre Vygotski a la tarde, gracias a la insistencia de Alfredo a entrar a una librería de usados; flasheamos con el CEDINCI, chetaje y caridad en el Borges (donde conocimos a un guardia de seguridad que se asqueaba de canal nueve y despotricaba contra Sobisch) y luego rusos gastronómicos, armenios exiliados, colombianas y finlandeses de intercambio, y terminamos tomando el 41 de vuelta enfrente de un local de ropa Soviet. Fué algo así como una suerte de jornada con una estructura marxista-leninista, con ribetes apolíneos.
A decir verdad, hubo tantos detalles que sería tedioso y solo accesorios para el día desencajado y extraordinario que tuvimos. Solo me queda claro una cosa, Piro estamos en la cresta de la ola man, volvé que no tenemos techo.....

El lobo bueno.

Anónimo dijo...

de vos me lo esperaba porq ya no me sorprende nada...
pero q tu compañero de emociones, tenga la gracia y te pueda seguir el ritmo eso si q es sorprendente..
comparto totalmente el comentario de el otro stalinista.

Anónimo dijo...

jean pierre que alegria verte loco...acaa a tantod kms. verlos a ustedes aunque sea en una pantalla es una cosa impresionante....lo que les queria transmitir mas que nada es que me acaban de llegar tres mensajes de cristina,"que haces rubio tanto tiempo", dice en su hermosa prosa....
me muero de ganas de conocer a lobo bueno porque somos pocos los que les seguimos el paso al rusito jaramillov, asique entre zarathustra, jean pierre noe, el gordo stalinista, lobo bueno y los que me faltan del g8 se puede armar un kilombo de puta madre loco!!!.....chau los veo en entre rios

Anónimo dijo...

Encantada de haberme chocado con este blog. Me he reido a más no poder... muy ocurrente...
Muy rico todo...jaja!
Besos Sr. Profesor...jaja!

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