13/12/07

Sobre "Diarios del desierto", de Héctor Ordoñez

Publicado originalmente en 1996 y reeditado con prólogo de Alejandro Finzi por Ediciones Último Reino en septiembre de este año, el último libro de Héctor Ordóñez (Chos Malal, 1953) se muestra como el resultado de una batalla titánica contra la desolación de la llanura. Sólo que esta vez, como sucede en muy pocas ocasiones, la versión oficial de los hechos está contada por el bando de los perdedores. "Habrá que ir y venir por su arenal hasta ver de qué manera esta lucha no resulte tan desigual en sus maneras", anuncia el poeta en sus primeras páginas mientras comienza a pulir el único fusil disponible frente a la ferocidad del territorio: el lenguaje. Pero el que habla es un hijo del desierto y no puede borrar la soledad ni el desencanto que le inspira el paisaje; aún cuando en ciertos momentos se deje tentar por la belleza, parece imposible deshacerse de las preguntas y de los fantasmas. Construido con una nitidez y brevedad asombrosas, Diarios del Desierto tiene poemas (si es que acaso existiese algo así como un canon en la literatura regional) en los que algunos verían destino de clásico: ahí están "Diario del pendejo" y "Mariposas de la noche" como ejemplos de una ofensiva que se arriesga en imágenes y mueve todo el subsuelo de las expresiones (desde la cita a Yukio Mishima al "¡Me cachendié!"). Y lo más interesante: que estos Diarios quizá puedan servir como crónica de una generación que lleva por marca el desengaño.

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Brazo Armado