20/3/08

Progresismo o Barbarie (sobre Fogwill en el MALBA)


Ayer estuve en el MALBA para ver a Fogwill en persona for the first time in my life. Había leído hace unos años una novela de él que me gustó mucho: La experiencia sensible, que trata de una familia durante un viaje a Las Vegas en la década del setenta; una fábula muy agresiva y con ribetes escatológicos acerca de la amnesia de una parte de la clase emigrada. Me contaron y leí además veinte mil historias acerca de su vida, y hasta busqué videos suyos en You Tube. Me cautivaba además la frontalidad con la que hablaba sobre su experiencia con las drogas (“la droga”, dice Fogwill). A fin de cuentas, iba a enfrentarme cara a cara con el mito.
La excusa fue el lanzamiento de Los libros de la guerra, una recopilación de textos aparecidos en distintos medios gráficos en el período inmediatamente posterior a la dictadura que, al parecer, no eran precisamente cánticos a las urnas. De eso me enteré ahí mismo en el museo, cuando lo que era una típica presentación de autor y obra devino un debate indeciso, tibio y caliente por momentos, acerca de la experiencia de los setenta y el papel del alfonsinismo (o mejor: su responsabilidad) en la continuidad retórica y moral de los preceptos dictatoriales. Más o menos así, con Fito Paez llegando tarde al lugar y Fogwill diciéndole “estaría bueno que te aparezcas en las fotos, Fito, así me das prensa”; el viejo también se encargó de agradecerle a Adrián Dárgelos por haber ido (a la salida se lo pudo ver con corbatita y zapatillas Flecha riéndose como un ratón adinerado junto a su hermano) y sin más trámite le cedió el mic a Horacio González para que comenzara su, digamos, análisis biográfico. También estaba Quintín, un tipo al que todos conceden llamarse crítico y que hace unas horas escribió algo en su blog que quedó por fuera de su breve intervención en el debate.
Se supone que iba a ir más gente al debate: una tal María Pía López y Daniel Link, a quien Fogwill se encargó de ridiculizar tratándolo básicamente de putito inteligente. Pero eso fue apenas una anécdota luego de que comenzara a hablar González, the last action hero, un coloso setentista que sostuvo durante cuarenta minutos un discurso demoledor acerca de la figura de Fogwill (“alguien que hizo de sí mismo una obra”) que me hizo pensar que quizá el autor de Los pichiciegos sea lo más cercano a un Andy Warhol que tuvimos en la Argentina. Mientras González bailaba en su pentagrama retórico y repetía con una lenta parsimonia las palabras “herencia”, “dictadura”, “alfonsinismo”, Fogwill se comportaba como un adolescente con déficit de atención, moviéndose en la silla, sentándose como Buda en el corazón snob del imperio del consumo ostensible.
Algunas ideas: Fogwill diciendo que un hombre en situaciones extremas hace cualquier cosa como, por ejemplo, convertirse en delator. “Yo mismo podría convertirme en uno” amplió. González poniéndose rojo de furia cuando Fogwill hablaba con mucha ironía acerca de José Nun y Cristinta K. Yo, que no pude evitar sentirme gonzalista. El tipo estaba ahí, aguantando los embates y, aún así, destacaba las virtudes literarias de su ocasional adversario. Anoche le decía a mi novia en la cama que me había llevado mejor impresión de González a causa de mi educación cristina: Fogwill es un cínico, mientras que Horacio ha sabido mantener su fe.
Kirchnerismo o patria camp. La próxima guerra la daremos en el Konex.

La Fuerza está conmigo

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Brazo Armado