La cosa viene complicada, vertiginosa; puro extasis e hiperrealidad: sobreabundancia de acontecimientos que terminan pareciendo inmovilidad absoluta. El coche no se mueve, gorda, y sin embargo vamos en él frenéticamente con la ventanilla baja, fumando un pucho que creemos conveniente no tirar porque caerá siempre del lado de adentro.
Me despierto en medio de la noche por un dolor en el abdomen. Pero en el estado previo pienso que me metieron un balazo y que sigo vivo. Pienso cómo debe ser voltearse a una chica con un balazo en el duodeno. "No no... no saltes así, qué brusca, mirá cómo me sale el chorito de sangre". Heavy.
Además: estoy obsesionado con montar un aparato letal de análisis de la cultura masiva. Así como suena. Una máquina de catalizar toda la mercancía y todas las imágenes. Comentar todo lo comentable sobre todo lo existente. 24 horas al día. Un Gran Hermano de la crítica ideológica. Si el gordo Zizek lee revista Caras, algo raro debe pasar en este mundo. Voy a escribir algo al respecto acá cuando tenga tiempo. Pero no ahora. Ahora estoy preocupado armando la maquinita. El nene inquieto, qué dulce, qué pibe brillante, qué futuro por delante. Admitámoslo de una vez por todas: vamos derechito a la mierda.
Con la caja de cambios reventada.
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