¿Por qué dejamos ir el pasado? No es el hecho en sí lo que me preocupa, sino la facilidad con la que cortamos la soga. En algún lugar del Valle, si es que tengo suerte -y si el mercado negro del hardware y la chatarra informática todavía se mantienen dentro de parámetros normales, y no están vendiendo discos duros rionegrinos en Mumbay-, todavía debe haber algún componente de una vieja Acer 386 que compraron mis padres en el año 1992, 1993.
Esa máquina me acompañó durante toda la universidad. En el año 2001 empecé a escribir letras de canciones en inglés y después unos manifiestos juveniles que ilustraban la pasión que siente todo estudiante de Comunicación por ese gran escritor canadiense que es Marshall McLuhan. Tenía un Paintbrush que antes, a los 10, era la ocasión ideal para deslizar el cursor por una paleta de colores primarios en la que siempre destacaba el cyan. Ahora no sé dónde está eso, se perdió. La cambié en algún momento por 50 pesos a un técnico que expropió la mitad de su living para poner un tallercito que despedía olor a estaño.
Muchas ideas y emociones se reinsertaron en el negocio de la abstracción. Hay algo de eso que me entristece, porque me hubiera gustado guardar todas las cosas que usé y que al recordarlas me hablan de una forma de vida que desapareció para siempre. Ahora nos queda saludar al futuro y decirle hola a todos los gadgets que nos recuerdan lo que dejamos de ser.
2 %:
el pasado es el inspector gadget
eh fran, mandame esos txts de los q hablamos!
Publicar un comentario