La de azul es Pili; la rubia es Karen (divina como siempre, basta que cruce los brazos para que sea una diosa; siempre le digo que aprendió de su padre la potencia del gesto) ; la otra, que mira al suelo y abraza un bolso vinílico naranja (¡me muero de envidia!) es Pau.
Yo estoy del otro lado de la cámara.
Después, cuando volvíamos, me acuerdo que Pau me abrazó y me dijo: "Que añoranza esas tardes que pasábamos acostados en la barda".
Le contesté que eso ya fue, que ahora estábamos en el mundo de la moda, que se dejara de joder y que me invitara a comer algo al Faena.
Comimos. Pagué yo. Después fui al baño a vomitar.
5 %:
Creo que vendería mi banderín del Mundial 78 para que Karen, sólo Karen, se cruzara de brazos encima mío. Yo sigo teniendo un pecho típico de museo, quizás al estilo MoMA. Y Karen, por dios, es, quizás, el último grabado que necesito.
Si Karen pudiera acostarse en la barda, al lado mío. Si Karen pudiera sentir el olor del Coirón cuando está por llover, o el gusto de un buen pinche de Jarilla en el cachete. Oh, Karen. Gracias, Jaramillo. Estas son las notas que me aflojan.
insisto: Karen no puede pararse así. No tiene derecho. Ni ella ni todas las Karen que posan detrás, en el cuadro.
Karen, te doy mis brazos alrededor de tu cintura, mi suspiro sobre tu peluca rubia, mis besos que a los tuyos buscan. Una tormenta de deseo para que apaguen tus labios en los días de penumbras.
Karen; quisiera someterte a mis perversiones y ponerme tus botas.
Y tu peluca.
Y luego, sobre el piso, jugar a los perritos.
E ir por los huesos.
Estoy a la búsqueda de más Karens para conformar el portfolio del Chimango.
En un tiempo, si todo sale bien, se viene la Chimango Fashion Parade; una Karen mutilada hará danza ritual y se sentará, desnuda, encima de una gallina. ¿Volva se anima a tocar en vivo?
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