Hace unos días murió Oscar Delfor Ibañez, el maestro del basquet neuquino. Para mi papá, hablar de el Loco Ibañez era como hablar de Phil Jackson. Tenía un segmento en el noticiero local, creo que los miércoles a la tarde, donde hablaba del TNA y de los jugadores negros que llegaban a jugar a Independiente de Neuquén. Era difícil saber cómo y por qué un negro que dos meses atrás estaba colgado de un aro en un suburbio de Philadelphia terminaba tomándose una Sprite en un bar de la Avenida Argentina; el Loco Ibañez te lo explicaba.
Una vez, en un preolímpico que se hizo en el estadio Ruca Che, mi papá me llevó a saludarlo. Delfor estaba con una gorrita de los Charlotte Hornets y una campera brillante. Yo reconocía su figura estelar sentada en la butaca del gigante de Gregorio Álvarez, pero el que estaba conmovido por el encuentro era mi viejo. Delfor me saludó como reconociendo el carácter de su leyenda, pero a la vez de una manera cariñosa que me hizo sentir que había una correspondencia entre lo que sucedía en el mundo y lo que sucedía adentro de la televisión.
Entrenó a distintas selecciones nacionales juveniles y creó los UEStrotters, una versión argentina de los Harlem Globetrotters. "Como casi toda historia", escribió Delfor en un artículo donde relataba la hazaña, "la mía tiene una prehistoria". "A principios de los '50, me convertí de la noche a la mañana, o para mejor decir, de un domingo al otro, en el basquetbolista favorito del entonces Presidente de la Nación, Juan Domingo Perón".
Como una pelota que da vueltas alrededor del aro sin decidirse a caer, el mito de Oscar Delfor Ibañez seguirá manteniendo en vilo a cientos de pibes que rebotan sus pelotas en todas las canchas mal cementadas de Neuquén. Para ellos el sacrificio y la gloria.
2 %:
Pf. De lo que me vengo a enterar por acá. Oscar Ibañez era una institución, es exactamente así, y tenía ese micro en el noticiero, y animaba la emisión del día. Y nunca, pero nunca, dejó de usar esas gorras. Siempre con gorra (de basket, obvio). Es así tal cual. Era el nexo entre la realidad de una estepa y un cierto aire glamoroso, efímero, como casi todo en el basket, de equipos que se armaban muy bien para un campeonato y luego morían. Pero Ibañez era el nexo. Cuando fui por primera vez a La Caldera, estadio del rojo neuquino, vi por primera vez en vivo a Melvin Johnson, capaz que el mejor extranjero que haya pisado nuestra ciudad. Ibañez era amigo de él, y por lo tanto un semidios. Después, un amigo de mi viejo nos llevó a mi y a mi hermano, del otro lado de la caldera: a las plateas de cemento, amuradas, el sector vip. Ahí, Mariano Aguilar le pisó una mano a mi hermano, que veía los partidos tirado en el suelo, contra la línea lateral.
Y Oscar Ibañez pelotudeaba por ahí cubriendo los partidos y después lo veíamos en canal 7, diciendo lo mismo que habíamos visto en vivo, pero con gorra y pasado.
Casi una infancia, la re puta madre
era los jueves jaramillo. creo que en el noticiero que salia a las 7. me acuerdo una vuelta que el tipo nos mando saludos, porque el hijo iba con nosotros al curso. si che, era una institucion de la ciudad.
Publicar un comentario