Hay días en los que me levanto con una sensación de vaticinio insoportable: pareciera que algo (en la calle, entre las filas de aire que separan a las personas) estuviera a punto de suceder. Y cargo la máscara del augurio durante horas.
Generalmente no pasa nada. Pero cuando pasa, la cosa se complica.
Como hoy, que
llovieron meteoritos
adentro
adentro
del supermercado.
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