Nos pasamos horas eligiendo telas (muero por el raso italiano, y las chicas siempre me dicen que soy muy anticuada, que me abra a otros materiales, pero a mí me da igual).
Ese día me acuerdo que estábamos cosiendo y una comentó lo que le pasó al dueño de Kosiuko, que lo acusaron de tener una fábrica donde explotaban bolivianos.
Nos reímos a carcajadas pensando en lo que les podría haber pasado si se prendían fuego, o algo: me imagino las ambulancias por Rivadavia, los bolivianos chamuscados, y las chicas con el jean KSK mirando la noticia por la tele, azoradas, repitiendo entre ellas una y otra vez "qué bárbaro".
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